Una reseña en la nieve

La literatura tiene el poder de trasladarnos a los rincones más oscuros de la existencia humana. En 'Viendo la nieve arder', Maykel Rafael Paneque nos sumerge en un mundo opresivo y fascinante, donde los personajes luchan sin cesar contra lo imposible. En esta reseña, exploraremos el simbolismo, los personajes y el estilo único de esta obra que desafía la esperanza.

Ricardo Lopez (IA)

10/25/20247 min read

Maykel Rafael Paneque nos presenta, con su premiada novela "Viendo la nieve arder", un relato crudo y sombrío que sacude a los lectores desde las primeras páginas. Ganadora del Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas en 2021, la obra es una incursión profunda y desgarradora en los abismos de la mente humana, narrada con un estilo poético que recuerda la intensidad de la mejor literatura existencialista. A continuación, analizaremos cada aspecto de la novela, adentrándonos en su prosa oscura, su atmósfera lírica y su potente simbolismo.

Las sombras de la realidad y los espejos de la memoria

"Viendo la nieve arder" es, en esencia, un caleidoscopio de fragmentos de la realidad, yuxtapuestos y alterados por la percepción de los personajes. Desde el comienzo, la novela se sumerge en un terreno onírico donde la línea entre lo tangible y lo etéreo se diluye constantemente. El protagonista, Juanito, se enfrenta a un entorno hostil, donde la casa y los habitantes que la pueblan parecen tomar vida propia, convulsionando en una coreografía extraña de violencia y ternura. Esta convivencia entre lo absurdo y lo terrorífico hace que la obra recuerde a la literatura de Samuel Beckett y Eugene Ionesco, quienes también retrataron la desesperanza y la desolación humanas.

La prosa de Paneque, llena de imágenes sugerentes y atmósferas densas, nos lleva a un estado de constante tensión. Desde el momento en que se describe cómo Lau, la figura femenina principal, se entrega a juegos oscuros y ambiguos con Juanito, el lector percibe que el mundo de esta historia es uno donde las reglas morales y sociales han sido deformadas o simplemente borradas. Lau, con sus movimientos felinos y su irónica fragilidad, se convierte en el centro gravitacional de la narrativa. Su presencia, ora seductora, ora amenazante, es el punto de anclaje desde donde la trama se construye, como si fuera el eje alrededor del cual orbita el caos.

Personajes atrapados en un microcosmos

Uno de los aspectos más interesantes de "Viendo la nieve arder" es la forma en que Paneque construye su universo. La novela tiene lugar mayormente en un solo espacio: una casa que se siente como una cárcel, un lugar donde el fuego y el reflejo son recurrentes y donde el tiempo parece haberse estancado. Este microcosmos cerrado y opresivo, habitado por personajes cuyas vidas parecen haber quedado atrapadas en un ciclo perpetuo de repeticiones, recuerda a las obras de teatro de Harold Pinter, donde el espacio doméstico deviene territorio de tensión psicológica y emocional.

Los personajes, como Gabi, Lau y Alfonso, presentan un abanico de complejidades que resaltan el carácter alegórico de la obra. Gabi, desde su silla de ruedas, se convierte en una suerte de oráculo inmóvil, mientras que Alfonso, el periodista, parece siempre al borde de un colapso nervioso, ansioso por ahorcar a alguien, como si el acto de destruir fuera la única forma de tomar el control sobre un entorno hostil. Lau, por su parte, representa el deseo y el peligro, un faro de contradicciones y un reflejo de las propias inseguridades y obsesiones de Juanito. La manera en que Paneque articula la dependencia emocional entre los personajes evidencia la falta de autonomía de cada uno de ellos. Se presentan más como piezas de un mecanismo fallido que como individuos reales.

Gabi es quizás el personaje más complejo y simbólico de la novela. Desde su silla de ruedas, Gabi parece ejercer un control sin fuerza física, pero con una autoridad que deriva de su capacidad de observar y juzgar a los demás. Es ella quien marca el ritmo de las acciones y quien, con su lucidez, aunque empañada por la resignación, pone en evidencia la absurdidad de las situaciones en las que se encuentran. Su presencia es una constante advertencia de la fragilidad del cuerpo humano y de la inevitabilidad del desgaste y la decadencia. En sus diálogos, llenos de sarcasmo y de una oscura sabiduría, resuena el eco de las voces de los grandes personajes de la literatura de Beckett, aquellos que, a pesar de la parálisis física o la falta de recursos, continúan luchando con la palabra como su única arma.

Alfonso, por otro lado, está definido por su frustración y su incesante necesidad de ejercer poder, aunque solo sea sobre sí mismo o sobre el entorno inmediato. En su intento de ahorcar a alguien, busca desesperadamente una salida a la monotonía, una acción que rompa el ciclo interminable al que parecen estar condenados. Sin embargo, la imposibilidad de llevar a cabo su deseo lo deja atrapado en un estado de constante insatisfacción y furia contenida. Alfonso encarna la impotencia del ser humano frente a las circunstancias que no puede controlar, y su presencia en la historia acentúa el carácter claustrofóbico de la novela.

Lau, en su sensualidad y en la forma en que se relaciona con Juanito, representa el deseo de libertad, pero también la trampa del deseo insatisfecho. Lau es a la vez la figura que seduce y la que hiere; es la promesa de algo más allá de las paredes opresivas de la casa, y al mismo tiempo, el recordatorio de que incluso en la búsqueda del placer, los personajes están condenados a la frustración. Su actitud ambigua, sus juegos de poder y seducción con Juanito son metáforas de la promesa de liberación que nunca se cumple, una libertad que solo existe en la fantasía pero que nunca puede ser realizada.

La imposibilidad del escape y la repetición infinita

La imposibilidad del escape es uno de los ejes centrales de "Viendo la nieve arder". Esta incapacidad de los personajes para liberarse de su situación se manifiesta no solo en sus intentos fallidos de huida, sino también en la estructura misma de la narrativa, que parece repetirse cíclicamente, atrapando a los personajes en una rutina sofocante. La comparación con "La Metamorfosis" de Kafka o "El Extranjero" de Camus no es casual; al igual que en estas obras, los personajes de Paneque se enfrentan a un destino que parece estar fuera de su control, una serie de circunstancias que los atrapan y los obligan a confrontar su propia impotencia.

La figura del "toque de queda" que se menciona repetidamente en la novela es una metáfora poderosa de la restricción constante. Las alambradas que delimitan el espacio, los guardias que vigilan y los intentos desesperados por atravesar esas fronteras se convierten en símbolos de la opresión física y mental a la que están sometidos los personajes. El intento de huida de Lorenzo, el carnicero, es un ejemplo claro de esta lucha por la libertad y de su inevitable fracaso. Lorenzo se convierte en un símbolo de la esperanza truncada, de la aspiración a algo mejor que acaba en tragedia. Su muerte electrocutado mientras intenta cruzar la alambrada es una declaración rotunda de que cualquier intento de escape está destinado al fracaso.

La repetición de situaciones en la novela refuerza esta idea de la imposibilidad de cambio. Los personajes se ven obligados a repetir los mismos diálogos, las mismas acciones, como si estuvieran atrapados en un bucle temporal del que no pueden escapar. Esta estructura cíclica resuena con la idea del eterno retorno, donde cada intento de cambio se ve frustrado, y los personajes se encuentran nuevamente en el mismo lugar, física y emocionalmente. La desesperación de Juanito por encontrar algo distinto, algo que rompa con la monotonía, se topa una y otra vez con la pared infranqueable de la realidad.

Los mecanismos de control y la resignación

Paneque construye un entorno donde los mecanismos de control se imponen de manera brutal, pero a menudo implícita. Las dinámicas de poder que existen entre los personajes están marcadas por una vigilancia constante, por la presencia opresiva de Gabi, quien, desde su silla de ruedas, vigila cada movimiento y palabra. La figura del guardia y el toque de queda no son solamente elementos externos, sino que se internalizan en los personajes. La vigilancia se convierte en algo mental, en una barrera interna que les impide incluso pensar en términos de libertad real. Los personajes están, en cierto modo, colonizados por la idea de que el escape es imposible, y esta colonización del pensamiento es uno de los mayores triunfos del sistema represivo en el que viven.

La resignación aparece como el resultado inevitable de estos mecanismos de control. Aunque hay momentos en los que los personajes intentan rebelarse —como cuando Alfonso fantasea con el ahorcamiento o cuando Lau se viste para irse—, estos intentos son siempre neutralizados por la realidad. La resignación se convierte en un estado emocional compartido, un sentimiento colectivo que los mantiene juntos en su desesperanza. Esta resignación, sin embargo, no está exenta de dolor; es una aceptación forzada, una consecuencia de haber intentado todo lo posible para escapar y haber fracasado una y otra vez.

Incluso el fuego, que inicialmente podría parecer un símbolo de purificación o de cambio, se convierte en parte de este ciclo de repetición y resignación. El fuego no quema para liberar, sino que parece consumir lentamente a los personajes, atrapándolos en su calor y en su luz cegadora. La promesa de la nieve, algo frío y purificador, ardiendo junto al fuego, es una metáfora de la contradicción que viven los personajes: desean algo que los libere, pero ese mismo deseo es lo que los consume. La nieve no puede arder, pero en el universo de la novela, lo imposible se convierte en la única esperanza, aunque sea una esperanza condenada a la frustración.

Conclusión: La lucha eterna sin salida

"Viendo la nieve arder" no solo es una obra que nos enfrenta a la desesperación y la oscuridad de la mente humana, sino que también es una reflexión profunda sobre la naturaleza del deseo, la libertad y el control. Los personajes de Maykel Rafael Paneque están atrapados en un espacio donde el escape es una fantasía, donde cada intento de liberación se convierte en un recordatorio de la imposibilidad de romper las cadenas que los atan. La atmósfera opresiva, los elementos simbólicos y la estructura narrativa cíclica hacen de esta novela una experiencia que deja una marca indeleble en sus lectores.

La influencia de autores como Kafka, Camus, Beckett y Pinter es clara, pero Paneque consigue dotar a su narrativa de una voz propia, que, aunque comparte esa visión pesimista del ser humano, también la llena de una poética que atrapa y fascina. "Viendo la nieve arder" es un recordatorio de que, aunque el ser humano siempre aspire a algo más, a algo mejor, las barreras —externas e internas— son a menudo insalvables. La lucha por la libertad, aunque necesaria, está llena de trampas y contradicciones, y a veces, el único resultado posible es la aceptación de que no siempre podemos escapar.

En última instancia, "Viendo la nieve arder" nos invita a reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre las cadenas que llevamos, visibles o invisibles, y sobre el precio que estamos dispuestos a pagar por intentar romperlas. Es una obra desafiante, dura y profundamente conmovedora, que no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas que persisten mucho después de haber cerrado el libro.