El inicio

Explora la intensidad y los desafíos de los comienzos. Entre reflexiones sobre el espacio, el cuerpo y las emociones, se teje una narrativa introspectiva que conecta la creación de una editorial con experiencias personales de huida y reconstrucción. Es un relato sobre el peso del inicio y la fuerza necesaria para transformarlo en algo significativo.

LITERATURAREFLEXIÓN PERSONALEMPRENDIMIENTO EDITORIALNARRATIVA INTROSPECTIVA

Ricardo López

12/19/20243 min read

No hay nada peor que comenzar por el inicio. El inicio es como la premeditación y como la ausencia. Por lo que hay muchas palabras para travestir el inicio. Decir, por ejemplo: el comienzo. De lejos extrañamente acogedor y receptivo. Entonces, me gustaría por escribir (fórmula C.) algo como esto: “Este principio es la reacción a un espacio que, aunque no quería, se gestaba”. Pero no es así. Este es simplemente el inicio de algo que de cierta manera nombré dos días después de pensarlo muy bien. Aunque no es hora de nombrarlo, sí me permito cortar el párrafo ante la duda de si el próximo conseguirá advertirme. Porque, seriamente, dentro de este espacio hay una advertencia.

Cuando los pendientes llegan al techo, uno se pone serio, queda absorto delante de la pared, pone los brazos en jarras, recuerda, respira (mejor dicho: resopla), trata de arrancarse la espinilla cerca de la fosa nasal nerviosa y beligerante que aprovecha muy bien la sombra de la cara, no lo consigue, los pendientes continúan cerca del techo, es probable y solo, extremadamente probable (fórmula B.), que piense que el mundo cabe en la palma de la mano. Una mano abierta sin mucho esfuerzo. Cómo la mano que intenta no soltarse. Cómo la mano que esconde con las huellas el color de las uñas (mano bocarriba). Pero, cómo bien sabe la mano, muñeca, antebrazo, codo, brazo, hombro, trapecio, cuello, oreja, tímpano y cerebro, el mundo no cabe en la palma de una mano.

Más allá de lo físicamente imposible en la relación mundo-mano, llegué huyendo de las cosas que asfixian al cuerpo y pudren por dentro. Aunque no aporta nada al espacio (fórmula C.), es un hecho fundamental para su gestación. Entonces…

En el mundo de los espacios es perceptible el gusto por las definiciones y por su ausencia. Junto a la ne(si)cedad de obligar su ampliación o compresión (léase como “expansión o nulidad”), la guía será: lograr su espacio. Ante esta meta, la idea de trasladar el cuerpo por el medio de un camino consciente y espinoso, que uno sabe intenso, se convierte casi en un veredicto. Uno debe ponerse serio, pero bajar los brazos, destensar el cuello, adivinar la temperatura del resople, pestañar (es importantísimo pestañar), sonreír torciendo la cara cuando le golpea el horizonte a la altura de las cejas, no caer, aunque está permitido retroceder un poco, el golpe (uno sabe) viene teñido y solitario, un único golpe que lo intenta todo, nada de aullidos o vagos hilos de luz lo acompañan, el golpe es seco. Tu perro ladra, hazle caso. Llevas mucho tiempo mirando la ciudad por la ventana. Aliméntalo. Viertes el saco sobre su plato y tu plato. Te mira agradecido. La ventana siempre te ha parecido pequeña, tan imposible como cerrar la mano y encontrarte como el mundo se va arrugando, haciéndose una pasa. Algo ha creado una sombra sobre la ventana. Streaming. La sombra proviene de un aguilucho algo huidizo. Te sientas junto a tu perro consciente de que es la única manera de que mastique con ganas. Comienza a masticar. Cruje, tu perro hace crujir los espacios.

La anulación (compresión) de los espacios se dicta por una acumulación bianual y es capaz de traducir las altas tensiones sobre los hombros en la noche como una autoexplotación que genera un cansancio crónico, no solo físico sino existencial (léase a B.-C.), porque de hecho estoy cansado. La vida lanzó a un lado la llave de la habitación 101 (entiéndase a B.).

En la fuerza que se ejerce para comenzar por el inicio, también uno y tú juegan bajo las reglas de los espacios. Hay una gran pendiente loma bajo. ¿A hacia dónde llevan los espacios cuando desaparecen? La fila es enorme toda en blanco y negro, alto contraste. A veces el fango rompía la amnistía y esculpía algún tajo sobre la frente, nada que un trapo bien entrenado de una sola pasada no quitara. La fuerza del inicio nos dejó exhaustos. Lelos. Con una taza de té negro a un costado, mientras a las once de la noche con un frío tremendo, un muchacho soñoliento en la aduana del aeropuerto de Santiago de Chile nos dejaba pasar a mí a mi familia, con toda la ilusión de que habíamos sacado el cuerpo de un lugar que asfixia y pudre por dentro. Allí nos recibieron, Orlando y Lily. A los dos meses se me ocurrió crear una editorial.